martes, 9 de octubre de 2012

No olvides repicar la campana “El famoso fuerte de mi Papá”

Un "fuerte" en nuestro país hace muchas décadas significaban cinco bolívares de los de antes y era costumbre en el pueblo asignarles nombres populares a las denominaciones monetarias, por ejemplo una orquídea eran quinientos bolívares por la hermosa flor nacional que tenían dibujados. Hoy, esa moneda representa una anécdota muy especial que mi padre siempre nos comenta, con su particular estilo, cada vez nos reunimos en familia con los amigos y vecinos, y ya al crecer y vivir la vida implica toda una reflexión compleja de la realidad axiológica que retumba constantemente mi conciencia para adelantar los objetivos que como docente estoy llamado acometer.
Resulta un día venía el niño Cándido de su escuela primaria y se encontró con su padrino, quien desde hacía semanas le había prometido un regalo por su cumpleaños cada vez lo encontraba por las calles de Boconó, y le obsequió un "fuerte". Mi padre sorprendido (me imagino se esperaba otra cosa propia de un niño de ocho años) le insistía que no podía aceptar ese regalo pues sus padres le prohibían aceptar dinero de los adultos (por mucho que fuese su padrino era inaceptable ello para mi abuelo Ignacio) a lo que aquel le reiteró que no lo aceptaría pues ese era un regalo para él. Cuenta mi papá que durante el trayecto a casa le venían mil ideas sobre qué hacer con tanto dinero (años 50) sin que implicase una segura reprimenda de parte de sus progenitores. Sólo se le ocurrió algo: sembrarlo bajo un frondoso árbol y continuar su camino. No podía decepcionar a sus padres y menos generar una discordia de ellos con su "compadre".
Hace días, al regresar a clases (siempre representa un momento nodal en la cotidianidad escolar por cierto) apreciaba con sorna cómo ocurría un hecho, que mi madre adorada llamaría "patos contra escopetas", en el que el joven atacaba a la madre y humillaba hasta que intervino un docente, pues la señora displicente (aunque nadie me saca la idea que por dentro derramaba lágrimas o bajos instintos) no detenía tremenda vergüenza. Y me imprecaba, con respuestas muy cliché reconozco, en qué momento desapareció la autoridad que como padres debe erigirse ante sus hijos. Vivimos en una locura que parece despreciar, con fuerza cada vez, los valores que deben caracterizar la hermosa y armónica relación de crecimiento familiar y colectiva.
¿Dónde quedó la decencia en la actuación? ¿Por qué un representante se ensimisma en la culpa o indiferencia o desidia para no tomar correctivos a tiempo? ¿Una sociedad de encubridores y corruptos que genera familias cómplices acaso es una teoría hecha práctica o viceversa? ¿Por qué todavía hablan de pérdida de valores, si la honestidad y respeto es el mismo concepto que mi papá conocía al enterrar el fuerte y el que nos enseñó luego y el que se conoce hoy? ¿Qué será de la suerte de aquel fuerte enterrado en los andes venezolanos?
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Licdo. Ángel González R.
agr/2012